sábado, 12 de febrero de 2011

LOS FUGAOS III

 El camino se empinaba, y tras vueltas y revueltas, divisábamos el cortijo. Las Fontanillas debían su nombre a una pequeña fuente debajo del caserío. El diminuto manantial alimentaba una balsa que daba riego a una pequeña huerta. Bancales levantados con mucho esfuerzo y sudor, como atestiguaban las perfectas paratas que los sostenían: piedras, algunas de gran tamaño,  perfectamente encajadas y sin unión alguna. En la aldea nunca vivieron más de cuatro vecinos, todos emparentados en un menor o mayor grado. Los rebaños de ovejas y el cultivo de los cuatro palmos de tierra eran su sustento. Una vida tranquila y de trabajo de sol a sol.  El cortijo era lugar de paso hacia Santigo de la Espada, pero también para muchas tinás de los alrededores.
Hacía junio de 1952 la aldea sufrió uno de los mayores sobresaltos de su historia. El maquis, para los lugareños Los Fugaos, llegó a aquellas tierras perdidas y olvidadas. Era el mes de junio, posiblemente algún día de la primera quincena… (continuará)

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